lunes, 5 de mayo de 2014

107° Asamblea Plenaria Misa de Apertura

107° Asamblea Plenaria
de la Conferencia Episcopal Argentina

Misa de Apertura
Homilía de Mons. Arancedo
Pilar, 5 de mayo de 2014

Queridos hermanos:

Iniciamos con la celebración de esta eucaristía nuestra 107° Asamblea Plenaria, poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo la asistencia de su Espíritu y renovando nuestro compromiso al servicio del Pueblo de Dios. Vivamos con gratitud este encuentro que fortalece nuestro afecto colegial y servicio pastoral. En la proclamación de la Palabra de Dios hemos escuchado la respuesta que da el Señor a la pregunta de los apóstoles: ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? En ella se nos habla de una actitud de fe y de entrega generosa a su persona y su palabra: “La obra de Dios, nos dice, es que ustedes crean en aquel que él ha enviado” (Jn. 6, 28-29). Pidamos la gracia de ser humildes discípulos del Señor para escuchar su voz, amar y servir su obra. 

Traemos de nuestras diócesis las experiencias, realizaciones y preocupaciones de nuestra gente, ello nos permitirá evaluar el camino recorrido en el marco de las “Orientaciones Pastorales para el trienio 2011-2014”, como proyectar nuevas acciones. Nuestra reflexión es de pastores fieles a la palabra del Señor y al magisterio de la Iglesia pero se alimenta, también, de esa cercanía con nuestra gente donde vemos y escuchamos sus necesidades, angustias y esperanzas. Esto nos enriquece y compromete nuestra palabra y acciones pastorales. Somos pastores, nuestra palabra reconoce su fuente en el amor y la misericordia del Padre, que ha enviado su Hijo al mundo para salvarlo. Es una palabra que ama y discierne, que preside y sirve, que acompaña y orienta. Que nuestra palabra sea, Señor, expresión de ese “officium amoris” al que hemos sido llamados para apacentar tu grey. Contamos, y se lo agradecemos nuevamente al Santo Padre, con la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium que nos anima y confirma en el camino de una Iglesia evangelizadora. 

Frente a las necesidades materiales y espirituales de nuestro pueblo, no seríamos fieles al Evangelio, sino fuésemos testigos de una palabra profética y de esperanza. La profecía busca, desde el amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo, el bien del hombre. Es una palabra que, incluso en la denuncia, sólo busca ser fiel a Jesucristo. Nuestra esperanza tiene su fuerza y raíz en Dios, cuya expresión mayor de su amor venimos de celebrar en la Pascua. Nuestra palabra de pastores se enriquece, además, con la voz de nuestros fieles que se hace compromiso y oración en nuestras comunidades. El testimonio de su fe, de su palabra y oración, nos hablan de esa presencia de Dios en el corazón del hombre a quien buscan, en quien confían y en quien necesitan apoyarse, porque lo perciben y reconocen como fuente de razón y justicia, de vida y de paz. ¡Cuánta enseñanza recibimos de esta fe sencilla y profunda de nuestros hermanos! 

Hemos hablado con preocupación del delito de la droga con su rostro de violencia e inseguridad, como de negocio y de muerte. Es necesaria una actitud definida frente a lo que no dudamos en llamar el delito del narcotráfico. Sabemos, por otra parte, que este flagelo tiene raíces muy profundas. Hay una orfandad social y afectiva en muchos jóvenes que los hace presa fácil de una sociedad que en su afán de lucro no tiene límites. La trasmisión y asimilación de valores, es esencial para crecer en un una sociedad de hombres libres. No hay auténtica libertad sin una referencia al bien y a la verdad. Por ello, sólo una cultura fundada en los valores como en la ejemplaridad de sus mayores, va a fortalecer y orientar a la persona en el ejercicio de su libertad.

Es importante, para ello, volver la mirada a la familia y a la escuela como lugares privilegiados en la trasmisión de cultura, de convivencia y proyectos de vida. Estas realidades que necesitan de una fuerte presencia del Evangelio, para iluminar y fortalecer su camino. Recuerdo, en este marco, la riqueza de aquel contenido del núcleo evangelizador de Nuestras Líneas Pastorales, cuando decíamos: “la Iglesia necesita, con su predicación y testimonio, suscitar, consolidar y madurar la fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, presentándola como un potencial que sana, afianza, y promueve la dignidad del hombre” (n° 16). Hoy más que nunca es actual y necesaria la predicación del Evangelio, como verdad que da sentido a la vida del hombre y le descubre su dignidad de hijo de Dios. Siempre la evangelización será nuestro mayor servicio al hombre, a la cultura y a la sociedad. 

Damos comienzo a nuestra 107° Asamblea Plenaria, próximo a cumplirse 40 años de la muerte del Padre Carlos Mugica. Este hecho está presente en la memoria de la Iglesia. Fue, en aquellos años duros y tristes de nuestra Patria, víctima de un asesinato. Fue un sacerdote que vivió su fe y ministerio en comunión con la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con gratitud, cariño y dolor. Elevemos nuestra oración por él, por nuestro hermano Carlos, y pidamos al Señor que, junto a la verdad y a la justicia, avancemos en el camino de la concordia y la reconciliación entre los argentinos, como parte de una cultura del encuentro que nos debemos y que nos permitirá construir una Patria más unida, más fraterna y solidaria. Que María Santísima, Nuestra Madre de Luján, nos acompañe en los trabajos que hoy iniciamos.
  Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

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