domingo, 11 de junio de 2017

Comentarios y oración domingo de la Trinidad



EL CRISTIANO ANTE DIOS

Jn 3, 16-18
No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para reavivar una fe sencilla.
¿Cómo vivir ante el Padre? Jesús nos enseña dos actitudes básicas. En primer lugar, una confianza total. El Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.
En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues sólo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la realidad desde la fe en un Dios Padre.
¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado? En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.
En segundo lugar, colaborar en el Proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este Proyecto que Jesús llama "reino de Dios" es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.
¿Qué es vivir animados por el Espíritu Santo? En primer lugar, vivir animados por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.
Por último, quien vive "ungido por el Espíritu de Dios" se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados. 
José Antonio Pagola
 

TRINIDAD, LA NO-DUALIDAD QUE TODO LO ABRAZA

Jn 3, 16-18
Suele decirse que el tres es el número de la Divinidad; sumado al cuatro, el número de la humanidad, del cosmos, se obtiene el siete, la cifra de la plenitud.
En esa misma línea, podría verse el tres como el símbolo de la No-dualidad. No es el uno (monismo o panteísmo) ni el dos (dualismo fragmentador), sino el tres que, sin embargo, no deja de ser uno (ésa es la afirmación cristiana sobre la Trinidad). Desde aquí podría hacerse una aproximación al misterio de la Trinidad como la No-dualidad que todo lo abraza.
En el Nuevo Testamento, se habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo –como, por ejemplo, en la fórmula bautismal que se recoge al final del evangelio de Mateo (28,19)-, pero nunca se detienen a tratar de "explicar" el Misterio; más aún, da la impresión de que no les creaba ninguna dificultad.
El "Padre", el "Señor Jesús" y el "Espíritu" constituían sus referencias, sin necesidad de entender mentalmente la relación entre ellos o sus "procesiones internas", como diría la teología posterior. Ni Jesús ni el Nuevo Testamento dicen absolutamente nada sobre un supuesto "dogma fundamental", según el cual "tres personas" (hipóstasis) tienen "una única naturaleza divina".
Este tipo de elucubraciones posteriores, aunque hechas con la mejor intención, más que ayudar a la experiencia espiritual, no pueden sino provocar división –todas las formulaciones mentales son sumamente limitadas y relativas- y, a la larga, generar ateísmo, en quienes, lúcidamente, se nieguen a creer en un Dios así objetivado por nuestro razonamiento.
Por lo que se refiere a la historia, la palabra griega trias aparece por primera vez en el siglo II (en el apologista Teófilo); el primero en usar el término latino trinitas es Tertuliano, en el siglo III; y la doctrina clásica de la Trinidad –"una naturaleza divina en tres personas"- no aparece hasta finales del siglo IV. Más aún, la festividad de la Trinidad no fue declarada obligatoria hasta el año 1334.
La liturgia de este día nos ofrece un texto breve del cuarto evangelio, en el que se presenta a Dios como amor –tal como se afirmará en la primera Carta de Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4,8)-. Dios es amor al mundo y su único deseo es la "vida eterna" o vida en plenitud.
El texto parece recrearse en insistir que Dios no condena a nadie (¿a qué se debe que la autoridad religiosa sea tan dada a condenar a quienes discrepan?). Se "condena" a sí mismo el que se niega a ver.
En aquella perspectiva mítica, la condena –perder la vida- se veía como consecuencia de no creer en Jesús. Mientras la Iglesia ha permanecido en esa perspectiva, ha afirmado que la creencia estaba ligada al conocimiento y a la fe en la persona de Jesús de Nazaret, hasta el punto de decir: "Fuera de la Iglesia no hay salvación". La lectura literal y mítica del texto no permitía otra conclusión.
Sin embargo, en cuanto tomamos conciencia de que se trataba únicamente de una perspectiva, percibimos que su significado es mucho más profundo. "Creer" en Jesús no significa un asentimiento mental a su persona, que requiere, en todo caso, un conocimiento previo de él. Se comprende que lo vieran así sus discípulos, porque los humanos tendemos a absolutizar siempre "lo nuestro".
"Creer" en el "Hijo único de Dios" significa reconocer nuestra Identidad profunda –eso es lo que vio y vivió Jesús-, porque en ello se juega precisamente nuestra salvación. Mientras permanecemos identificados y reducidos al yo, estamos "condenados" a la confusión y al sufrimiento; para alcanzar la "salvación" y experimentar la Vida, se requiere liberarse de aquella identificación, es decir, caer en la cuenta de quienes realmente somos: "hijos en el Hijo", el "Hijo único de Dios".
A partir de esa comprensión, al vivirnos conscientemente conectados a la Fuente, anclados en la Identidad última, salimos de la ignorancia, para vivir en la luz y en el amor. Esto es lo que vivió Jesús; "cree" en él quien lo vive.
De este modo, sin "reducir" a Jesús, hemos dado el paso de la religión (exclusiva) a la espiritualidad (inclusiva). Sólo así el llamado "diálogo interreligioso" es posible y enriquecedor.
Más aún, al celebrar la Trinidad, estamos celebrando el núcleo mismo de la espiritualidad más genuina: la No-dualidad. Más allá del mundo de las formas y, por tanto, de las polaridades y de las antinomias, existe "otro" nivel en el que todo está bien.
Esto no significa una devaluación de las formas ni, mucho menos, la afirmación de otro dualismo: las formas son el rostro "visible" –la otra cara- del Misterio. Pero esa nueva comprensión nos permite ver la Belleza y la Armonía de todo lo que es..., más allá de las etiquetas que nuestra mente pueda ponerle. Como dice el libro del Génesis, "vio Dios todo cuanto había hecho, y era muy bueno" (1,31).
En esa dimensión profunda, que escapa a nuestra mente, percibimos la Sabiduría que, trascendiendo absolutamente el razonamiento mental y la percepción egoica, nos asegura que todo está bien. Es algo similar a lo que nos sucede cuando nos despertamos por la mañana y recordamos en sueño que nos había agitado durante la noche.
Enrique Martínez Lozano

 

LA DESMESURA DE TU AMOR

Hermanos, al adorar a Dios como Trinidad estamos confesando que Dios es sólo amor, acogida, ternura. Necesitamos urgentemente pasar de un Dios considerado Poder a un Dios sólo Amor. Oremos.
Padre, queremos ser signos de la desmesura de tu Amor.
• Que en la Iglesia seamos testigos del Dios bueno, cercano al mundo y a cada uno de nosotros; un Padre que toma la iniciativa de amarnos y de amarnos sin condiciones.
Padre, queremos ser signos de la desmesura de tu Amor.
• Que cada uno de nosotros nos sintamos amados y llamados a vivir con mayor plenitud, en clave positiva y esperanzadora, creando vinculaciones afectivas e integradoras con todos los hombres y mujeres de este mundo.
Padre, queremos ser signos de la desmesura de tu Amor.
• Que se nos conceda la gracia de entender la realidad de Dios como Amor infinito, amor pasado, presente y futuro, amor que nos lanza a la vida para seguir amando y en especial a aquellos hombres y mujeres que no han conocido ni conocen el amor.
Padre, queremos ser signos de la desmesura de tu Amor.
• Que reine la paz en el mundo, que vivamos respetándonos en nuestras diversidades culturales, políticas, religiosas. Que seamos capaces de vivir con armonía, respeto y justicia.
Padre, queremos ser signos de la desmesura de tu Amor.
Padre bueno, que seamos conscientes que vivir significa dar, acoger, perdonar, amar y compartir la vida; vivir en comunión contigo y dejar que tu aliento y tu vida circulen en nosotros. Te damos las gracias por mediación de tu hijo Jesús.
 Vicky Irigaray
 

 


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